aspectos de la sagrada Liturgia: el ciclo anual, las fiestas principales, el sentido de los símbolos, el contenido del misal y del breviario. A comentar los principales momentos de la Misa dediqué una serie de capítulos en el Itinerario litúrgico, capítulos que hoy me parecen superficiales y, desde luego, insuficientes. El deseo de completarlos, de darles algo más de consistencia y de plenitud, es el que me mueve al publicar este libro. Si allí mi propósito era, ante todo, captar la emoción religiosa, aquí he procurado, juntamente con eso, descender más despacio hasta el terreno sólido de la doctrina y acudir también al dato histórico en cuanto pueda ser alimento de la piedad.
Son innumerables los libros acerca de la Misa, libros de devoción y libros de investigación, libros teológicos o libros puramente históricos, libros dedicados a estudiar de una manera general la doctrina del sacrificio cristiano o libros, a veces voluminosos, en que se estudia sólo alguna de sus partes, como el Canon o la Colecta o la Comunión. Recientemente apareció en Alemania una obra en dos grandes volúmenes, que trata únicamente, pero de una manera exhaustiva, de la evolución de cada uno de los ritos.
Este libro no pretende ser mejor que ninguno otro; quiere tan sólo presentar al alma devota, al cristiano, preocupado por conocer esa fuente sobrenatural de vida y de consuelo, una guía, un comentario, una interpretación, que esencialmente será —y en caso contrario, mejor sería el silencio—, la misma que puede haber encontrado en otras partes, pero que en su forma externa tal vez le ofrezca algún atractivo mayor.
Por lo demás, aunque los tratados sobre la Misa podrían formar una biblioteca, digna de tentar las aficiones de un coleccionista, siempre seguirá siendo indispensable insistir en la exposición de sus excelencias, de sus misterios, de sus enseñanzas y de sus bellezas, como insistía en el siglo IV San Juan Crisóstomo, en el VII San Isidoro, en el IX Rabano Mauro, en el XII San Bernardo, en el XIV Durando de Mende, en el XVI Molina, el cartujano; en el XIX Dom Gueranger, y en nuestros días, Dom Chotard, Duchesne, Cabrol, Rojo, Azcárate, Fortescue, Ghir, Parsch, Bussard, Martindale, Schulte, Capelle y otros muchos.
La Misa no es una devoción cualquiera; es y será siempre el centro de la vida cristiana, el acto primero y principal del culto, acto obligatorio y necesario para el desarrollo de la parte mejor de nuestro ser. Y, no obstante, son muchos los cristianos que no se interesan por él; que asisten a la Misa únicamente porque saben que la ausencia supone un pecado mortal, y asisten, por tanto, sin entusiasmo, sin interés, sin atención amorosa, sin afán de recoger las enseñanzas y los frutos que ella les brinda. Unos pasean la mirada del techo a las imágenes y del público al altar con síntomas perentorios de sentirse impacientes o aburridos; otros, para no aburrirse ni distraerse, ¡oh admirable fervor!, hacen su novena a San Antonio, o rezan las oraciones de la mañana, o pasan las cuentas del rosario, o abren un libro bellamente encuadernado, que probablemente no es el Misal. Y entre tanto, el celebrante dirige la palabra a los que asisten, hace lecturas para ellos, reza por su salud y bienestar, los saluda..., y sólo le responde el monaguillo. Se cumple el precepto de oír Misa, pero sin sacar el menor provecho de la Misa. Todo cuanto en ella se ha realizado ha sido ajeno, si no a los sentidos, por lo menos a los afectos de los asistentes o de una gran parte de los asistentes.